La productividad aumenta si te alimentas mejor. ¡Te enseñamos cómo!
Saber identificar qué alimento es ‘bueno’, ‘sano’ o ‘saludable’ será el primer paso para que incrementes en un 20 por ciento tu rendimiento laboral y evites las incapacidades por enfermedad.
No solo eres lo que comes; produces lo que comes y ello se ve reflejado en tu rendimiento laboral. Así lo demostró en 2016 la Organización Internacional del Trabajo (OIT) mediante un estudio que señaló la existencia de un fuerte vínculo “entre una alimentación de calidad y una productividad elevada”, como concluyó dicho análisis.
Entonces, la ciencia nos demostró que, efectivamente, la inclusión de determinados alimentos y la reducción de otros puede incrementar en un veinte por ciento la productividad en la oficina.
Es lo que se conoce como ‘alimentación productiva’ y que fue planteada a partir de las mediciones realizadas por expertos de Brigham Young University (Provo, Utah, EE. UU.), Health Enhancement Research Organization (HERO, una organización sin ánimo de lucro enfocada en la garantía de las buenas prácticas en el entorno laboral), y el National Center for Health Research (Washington, EE.UU.) que comparó el rendimiento en la oficina de más de veinte mil empleados procedentes de tres empresas diferentes de Estados Unidos.
Las cifras revelaron que quienes seguían dietas poco saludables tenían un 66 por ciento de probabilidades más altas de ser poco productivos.
Tu plato de comida puede determinar tu contrato laboral
Para nadie es secreto que la alimentación es la base del desempeño físico, mental y social de la VIDA. No solo porque ‘es imposible pensar con el estómago vacío’ o porque te pongas de muy mal genio cuando es más de la 1.pm. y no has almorzado.
Sobre todo, porque tus hábitos poco saludables y sostenibles en torno a la mesa del comedor –más allá de referirnos a una ‘mala dieta’– están directamente relacionados con el desarrollo de enfermedades crónicas como la diabetes, la hipertensión y las afecciones cardiovascular y metabólicas que se han convertido en unas de las principales causas de la disminución de la productividad de los trabajadores y del aumento en su ausentismo laboral.
Así lo determinó un informe de 2019 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE, organización internacional que diseña mejores políticas que favorecen la prosperidad, la igualdad, las oportunidades y el bienestar para todas las personas) según el cual en países como México (en donde se registran los niveles más bajos de productividad laboral en el mundo), la fuerza laboral se reduce anualmente en 2,4 millones de trabajadores, debido a los problemas de salud derivados de sus hábitos alimenticios.
Por ende, estas personas “tienen menos probabilidades de emplearse y tienden a ser menos productivas”, según el informe de la OCDE que también resalta que no solo las enfermedades crónicas pueden derivar de la alimentación, llegando a afectar la capacidad cognitiva y física de los empleados de una empresa.
Otros síntomas físicos asociados al estrés –que, como leerás más abajo, tiene un fuerte componente nutricional y no solo mental– y que ya normalizamos en el empleado promedio como el cansancio excesivo (el sonado burnout o síndrome ‘del quemado’), la falta de reflejos, el desinterés, la depresión y hasta los dolores musculares también son causados por las elecciones alimenticias que desembocan en el ausentismo, en las incapacidades constantes y finalmente, la baja productividad que incrementa los costos en temas salud en cualquier empresa.
¡Come productividad!
Ya que dejamos clara la relación entre lo que llevas a tu cuerpo mediante tu boca y cómo esto afecta tu rendimiento laboral, te damos los más savvyos consejos para que nunca ‘te quites la 10’ y des lo mejor de ti en la cancha laboral.
Elige un alimento realmente sano.
Primero, aclaremos qué es un alimento ‘sano’, ‘saludable’ o ‘bueno’. Aquí está la clave para que, definitivamente, sepas discernir qué es lo más indicado para ti, para que goces tu alimentación y potencies tu fuerza profesional sin necesidad de tener que revisar constantemente un listado de opciones catalogadas como ‘saludables’.
“Tenemos la gran oportunidad de contar con alimento disponible y con la ciencia para entender la alimentación haciendo el esquema que quieras: vegetarianismo, veganismo, keto, carnivorismo, paleo, lo que quieras. Hay ciencia detrás de todos los esquemas, pero dentro de todo, nos pueden meter los dedos a la boca sin saber qué es un buen alimento y cómo lo podemos escoger”, asegura nuestro director científico, el doctor Carlos Jaramillo, quien propone tres pasos para identificar, con-ciencia, un buen alimento que te aportará a ser más productivo.
Paso 1: debes entender si estuvo vivo. Si es un alimento de procedencia animal, lo estuvo; los vegetales, las plantas, las frutas y todo lo que viene de la tierra, estuvo vivo y muere al ser cosechados o arrancados. “Las gomas nunca estuvieron vivas, la gaseosa nunca estuvo viva, entonces no cumple con el paso uno”.
Paso 2. Luego de que confirmaste que, efectivamente, fue un alimento que estuvo vivo, interésate por saber ¿qué comió?, ¿con qué se fertilizó o cuál fue el alimento de la planta o de la fruta? Recuerda que lo que comió el pollo, la res, el cerdo, el pato, el cordero, el pez, etc., determina de qué está hecho y finalmente, tú terminarás comiéndolo. Si la res fue alimentada con transgénicos, tú los ingerirás. Si las semillas de tus vegetales y tus frutas fueron regadas y fertilizadas con químicos, glifosato y pesticidas, estarás llevando esa información a tu plato.
Paso 3. Ahora, es momento de investigar el nivel de procesamiento de ese alimento. Para ello debes partir por reconocer que existen muchos alimentos ‘buenos’ que tienen un mínimo de procesamiento que es determinado por el uso de técnicas completamente naturales y sin añadidos, como el secado al aire libre, la deshidratación y la molienda, entre otros.
Por ejemplo, la sal, el jengibre, la cúrcuma en polvo, etc. que tienes en casa, solo se sometieron a secado al aire y fueron molidos, es decir, fueron mínimamente procesados.
Algunos deshidratados, como los tomates secos, tuvieron un mínimo nivel de procesamiento. Por su parte, el limón secado por aire y triturado también es mínimamente procesado. “O puedes poner a hervir unos huesos y tener un concentrado o un caldo y lo sometes a un secado por aire; eso también es un mínimo procesamiento que se usa en algunos nichos de la industria alimenticia”, explica nuestro director científico, el doctor Carlos Jaramillo.
Y al otro lado de estas técnicas de transformación de la comida que, en su mayoría, fueron creadas por nuestros ancestros están los ultraprocesados y son aquellos alimentos que son obtenidos mediante procesos químicos y mezclas de sustancias industriales. Claros ejemplos de procesos químicos los dan el azúcar refinada y el aceite vegetal que cuentan con altísimos niveles de procesamiento para poder obtenerlos.
Por su parte, las sustancias industriales añadidas y que le dan la categoría de ultraprocesado a un alimento, son todas aquellas adiciones para darle sabor, color, dulzor artificial, y espesura, entre otras modificaciones en su apariencia original.
“El problema no es solamente el omega-6; el problema son todos los pasos y procesos químicos e industriales que lleva. Si lees la lista de ingredientes y tiene una cantidad de químicos industriales acompañados de uno que otro nombre que sí reconoces como alimento, eso es un ultraprocesado, no lo necesitas”, puntualiza nuestro director científico, el doctor Carlos Jaramillo.
En la próxima entrada de nuestro blog te daremos unos savvyos consejos finales sobre cómo alimentarnos mejor...